lunes, 27 de marzo de 2017

Regalos de amistad

Washington está todas las primaveras pendiente de los cerezos y este año no ha sido menos: que si las tempranas temperaturas primaverales habían acelerado la floración, que si los capullos se verían afectados por la tardía tormenta de nieve Stella, que si los brotes que se habían congelado lograrían sobrevivir, que si los que no habían salido lo harían… Cada año todos esperan impacientes el veredicto del encargado de dictaminar cuándo ha florecido el 70% de los capullos, momento en que comenzará el Cherry Blossom Festival. Esa expectación me recuerda a cuando estaba en Oriente Medio y todos esperaban ansiosos el veredicto del sabio que escudriñaba el cielo para percibir el primer creciente tras la luna nueva y así marcar el inicio del Ramadán, aunque no creo que a la nueva Administración estadounidense le haga mucha gracia mi asociación.

Este Festival del florecimiento de los cerezos tiene lugar desde 1912 al inicio de la primavera y atrae a cientos de miles de visitantes de todo el mundo. Pero el Festival no celebra únicamente el despertar de la naturaleza. Es algo mucho más cosmopolita, como corresponde a la capital del Imperio y pretende conmemorar las buenas relaciones entre los ciudadanos de Japón y de Estados Unidos simbolizadas en los 3.020 cerezos que el alcalde de Tokio le regaló en 1912 al alcalde de Washington.

Que llegaran esos árboles requirió un largo trabajo diplomático y, de hecho, a punto estuvo de irse todo al traste cuando al inspeccionarse en EEUU el primer cargamento de 2.000 cerezos japoneses se descubrió que venían infestados de parásitos y el Presidente Taft, siguiendo las recomendaciones del Departamento de Agricultura, los sentenció a ser quemados. Japón respondió mandando un mayor número de árboles y seguro que al funcionario que se ocupó del primer envío se le cayó su lacio pelo nipón.


En una ceremonia que tuvo lugar el 27 de marzo de 1912, la Primera Dama y la mujer del Embajador de Japón plantaron los dos primeros cerezos en el Tidal Basin de Washington DC, que es esa ensenada artificial situada en el centro de la ciudad donde se encuentran algunos de los monumentos más impresionantes de la capital de EEUU. Como muestra de gratitud ante tan generoso regalo, el Presidente Taft envió tres años después 50 sanguiñuelos  o cornejos floridos (Cornus florida) una especie originaria del Este de Norteamérica y que florece hacia el mes de abril. Con estos no hizo falta repetir el envío y los gestos amistosos entre las dos ciudades dieron inicio a una tradición de intercambiarse ambos tipos de árboles, tradición que permanece hasta hoy en día.

A mí, la idea me parece muy bonita porque desde hace más de un siglo, al florecer después de largos meses de invierno, estos árboles reavivan la amistad entre ambos países, su belleza muestra el esplendor natural de las dos naciones y sus diminutas flores se han convertido en el símbolo de los profundos lazos entre Washington y Tokio. Y el identificar la amistad con un ser vivo al que hay que cuidar, respetar, admirar y proteger me parece muy acertado. La gente así lo entendió desde el primer momento y como muestra está el que tras el bombardeo japonés de Pearl Harbor en 1941 cuatro de esos cerezos aparecieron talados en lo que se consideró uno de los gestos de repulsa más efectivos. Actualmente los washingtonianos cuidan esos árboles de una manera que me deja puesta: está prohibido subirse a ellos, arrancar rama alguna, caminar alrededor de sus raíces o incluso que los perros hagan sus necesidades en las inmediaciones.

A ambos lados del Pacífico se celebra ese florecimiento amistoso con sendos festivales. Washington atrae a más de un millón y medio de turistas a las numerosísimas actividades, que tienen un marcado acento oriental: desde la ceremonia inaugural pasando por el Cinematsuri o Festival de cine japonés, el Día de la Cultura Japonesa en la Biblioteca del Congreso, el Sakura Matsuri o Festival callejero japonés, el mercado nocturno japonés, los conciertos de DJ nipones, las degustaciones o clases de cocina japonesa … hasta que el espectáculo de fuegos artificiales pone el punto final a las celebraciones tres semanas después.

El “merchandising” funciona a las mil maravillas, que para algo estamos en la capital del mundo capitalista y, como las flores de los cerezos son rosas, absolutamente todo se tiñe de ese color. Porque nada gusta más a los americanos que uniformizarse y asociar un color a un evento particular. Y aquí, la primavera es definitivamente rosa.

5 comentarios:

  1. Feliz primavera en Washington, aquí aún está grisácea. Bss

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    1. Me lo creo, María, pero el verde rabioso que tenemos en Asturias no lo hay en ninguna otra parte.

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  2. Qué bonito tiene que ser, me encantaría asistir.

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    1. ¡Si te animas a dar el salto, Luci, aquí estoy!

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    2. Ya me gustaría! no conozco EEUU ( emoticono de monito con las manos en los ojos, jaaa)

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