lunes, 18 de septiembre de 2017

No es lo mismo pero es igual

A mí ya no me da gusto comprar. Y menos aún cuando viajo o hago turismo. Es cierto que nunca he sido una compradora compulsiva pero me encantaba ver las tiendas y entrar a revolver entre sus productos. Me sigue gustando pasear por las calles comerciales de las ciudades y dejar que los ojos se detengan en los escaparates. Estoy abierta a la tentación, a sucumbir a ese capricho que hace que se vuelva imperioso el poseer algo a pesar de haber vivido sin ello toda tu vida, a llevarme a casa ese artículo que ha llamado mi atención. Pero me he dado cuenta de que ése es justamente el problema: que nada de lo que me ofrecen los comercios me llama ya la atención. Porque en todas partes es lo mismo o, si no lo es, me parece idéntico que, para el caso, es igual.

Me aburre ver las mismas tiendas en diferentes ciudades. Las calles principales donde antes se concentraban los comercios más exclusivos y, que como su adjetivo precisa, deberían ser escasos y por ello originales, son el reino de las franquicias. Grandes cadenas de ropa, de calzado, de artículos para el hogar, de café…, da lo mismo; acabas comprando la misma camiseta, los mismos altavoces o pegándole lengüetazos a la misma pasta helada con tres “topings” en Washington, en Kuwait o en Gijón. Y si no son las franquicias es casi peor porque acabas viendo (y comprando, a juzgar por la cantidad de establecimientos que hay) los productos procedentes de la mayor empresa del mundo, que ni siquiera necesita vender franquicias porque, con distintos nombres, todas sus tiendas son iguales y venden lo mismo: los “chinos”.

La calle comercial de Fredericksburg
Por eso me deja puesta que sea precisamente Estados Unidos, el inventor y exportador del concepto de franquicia y el país en donde aproximadamente el 4% de sus negocios responden a esa fórmula comercial, el lugar que me está haciendo recuperar ese pequeño placer de, si no comprar, verme tentada a hacerlo.

Los pequeños pueblos de Estados Unidos tienen una calle principal que invariablemente se llama Main Street, King Street, Market Street o algo similar. Esa calle, que suele ser la más antigua de su trazado, conserva habitualmente la mayoría de los edificios originales, de poca altura, de ladrillo o con tablones de madera pintada de diferentes colores, que dejan entrever la curvatura que el paso de los años ha producido en los suelos de las distintas alturas. Todos los bajos de esos edificios son comercios y todas las tiendas son diferentes de las que puedes encontrar en otras localidades. Una delicia.

Feliz comprando vinilos
Comercio local, no necesariamente de productos de la zona, pero que responde a los gustos o visión de negocio de sus propietarios. Generalmente tiendas de gente joven que quiere mostrar su personalidad o ser innovadora de alguna manera ya sea a través del producto o de la forma de ofrecerlo. Decoraciones al antojo de la persona que está detrás del mostrador, con más o menos medios, pero siempre cambiantes según la estación o la celebración próxima, como tanto les gusta a los americanos. Y que por eso resultan sorprendentes en cualquier época del año; son tiendas completamente diferentes si vas antes del 4 de julio, día nacional, en el mes de noviembre cerca de Acción de Gracias y no digamos en temporada navideña, cuando te reciben cálidas y acogedoras al entrar del frío de la calle.  

Una tienda de bebidas gaseosas
Y en estos pueblos todos en nuestra familia nos dejamos llevar. Uno compra vinilos, otras el último “bubble tea” igual al de todas partes pero servido en un envase monísimo, otro se va por los cómics y yo ataco la tienda de pasta de todos los sabores imaginables. No nos encontraréis en un centro comercial o en un mega outlet de los que tanto abundan por estas latitudes  y que no hacen sino estresarnos y dejarnos la impresión que somos meros miembros de una masa consumista. Buscadnos en la Market Street de pueblos como Frederick, Culpeper, Ephrata, Wilmington, Fredericksburg… que pese a no estar en el mapa del comercio internacional sí que tienen tiendas verdaderamente exclusivas.

Post-post:
Aunque en la Edad Media ya existían en Europa agrupaciones urbanas favorecidas con privilegios especiales que se llamaban franquicias, por alusión al contenido franco o exento de cargas fiscales de sus componentes, fue Estados Unidos el que las lanzó definitivamente a la fama en los años 30 del siglo pasado impulsadas, principalmente, por el mercado de los automóviles. En España las franquicias entran a principios de los años 60 con la entrada de varias cadenas francesas, como Pingouin Esmeralda, aquella tienda de lanas para labores donde mi madre compraba los ovillos y las revistas con las instrucciones para tejerme unos jerseys que todo el mundo envidiaba y que yo veía embelesada cómo iban creciendo cada noche paralelamente a mis ganas de estrenarlos.

1 comentario:

  1. Que recuerdos los jerseys de lana, ahora te los haces en "we are Knitters" jeee, como hemos cambiado...

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