lunes, 5 de marzo de 2018

A lo bestia

En Estados Unidos todo es “a lo bestia”. Las extensiones de terreno son inconmensurables; las distancias en los viajes, eternas; las raciones de comida en los restaurantes, descomunales; las tallas de la ropa,  un despropósito. Y, claro, siguiendo la tónica general, cuando anuncian vientos, no se tratará de una brisita acariciadora, no.
 
El viernes, cuando sonó el despertador a las seis de la mañana, como todos los días, lo primero que hice fue mirar el teléfono, como todas las mañanas. Es un mal hábito, lo sé, y no hace nada de bien a mis ojos, también soy consciente, pero no cambio mi rutina perniciosa porque ese gesto mecánico me permite, de vez en cuando, quedarme en la cama un ratito más. Y eso lo vale todo, incluso que llegue a mi vejez con unas buenas gafas de culo de vaso.

El condado en el que vivimos tiene un servicio de alertas que, vía telefónica, email o celular te envía notificaciones relevantes. Funciona francamente bien: que hay un atasco en la autopista X, te llega un aviso. Que va a llover y hay riesgo de riadas en alguna parte,  te llegan diez avisos. Que hay un tirador en el centro comercial de la esquina de casa  y se ha cargado a una señora en el parking, te llegan cien avisos. Es muy práctico, la verdad.

El caso es que es la mejor forma de enterarte de si va a haber colegio o no. Ante una posible causa de suspensión de las clases como nieve, lluvia helada o inundaciones, por ejemplo, el sistema te informa de si la hora de entrada al colegio se pospone un par de horas o de si el colegio directamente cierra ese día para garantizar la seguridad de los estudiantes. Cuando hay un “two hours delay” las escuelas y los autobuses escolares se retrasan directamente dos horas y las clases, en vez de ser de 45 minutos, pasan a ser de media hora para que no se produzcan desigualdades en los currículos. Esos días son recibidos por todos con gran alborozo. Quedarse un par de horas más en la cama por la mañana y tener un día “light” siempre es motivo de alegría.

Cuando la jornada escolar se cancela, los niños, que viven el presente, se alegran doblemente pero todos sabemos que traerá consigo consecuencias: tres o más días de suspensión de clases supondrá que las vacaciones de verano empiecen más tarde o, si ha habido muchos días cancelados, que te recorten directamente las vacaciones de primavera (de Semana Santa como las llamamos en los países de tradición católica). Y eso ya no mola tanto.

El caso es que el viernes se cancelaron las clases por viento. “¡Qué exageración!”, pensé. No había habido aviso de huracán, de tornados, ni siquiera de tormenta de tipo alguno. Viento. Simplemente. La aplicación del tiempo del teléfono también mostraba esas tres líneas paralelas con el ricito al final, pero solo era eso: viento. Por la noche había ululado, habíamos oído las ramas de los árboles moverse, sí. La luz quiso irse un par de veces, no lo consiguió. Luego las noticias empezaron a llegar: un árbol se había caído junto a casa de una amiga; otro había aplastado el coche de un conocido; la carretera tal había sido cortada; un poste de la luz se había venido abajo y miles de vecinos estaban sin luz (y sin calefacción, que es peor)… En mi barrio, afortunadamente, mi mayor preocupación era sujetar a Miguelito que a toda costa quería salir a volar su cometa.

Ayer, cuando salí a hacer mi habitual caminata por los senderos de los alrededores de mi casa me quedé puesta. El cielo era azul, el sol radiante, la temperatura agradable y el paisaje… son las fotos que acompañan este escrito. En mi pueblo, a lo que produjo eso no se le llama solamente viento. Pero el sistema de alerta del condado de Montgomery solo dio un aviso.  No había por qué preocuparse.

2 comentarios:

  1. Aquí estamos así también estos días, da miedito la verdad, y luego dicen que no hay cambio climático, yo esto no lo había visto nunca hasta ahora... En fin.

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