lunes, 14 de mayo de 2018

Cambio horario

Algo me está pasando. Es una mutación. No sé si peligrosa, pero me preocupa. Seguro que será un problema cuando vuelva a España de vacaciones. ¿Qué voy a hacer? A lo mejor alguien conoce el remedio. Dejadme que os cuente.

El otro día salí temprano por la mañana a caminar con unas amigas por el C&O Canal, un sendero que sigue la ruta del río Potomac durante unos 300 Km por el tramo entre Georgetown, en Washington DC, y Cumberland, en Maryland. Una delicia de ruta para caminantes, ciclistas o corredores, que está salpicada de antiguas esclusas, casas de vigilantes, acueductos y otras reminiscencias de la época dorada del canal como sistema de transporte a mediados del siglo XIX.

El caso es que tras una buena caminata, en el camino de vuelta abandonamos la senda para descansar un poco y tomar algo. Eran las 11 de la mañana. Nos sentamos en unos bancos corridos de madera, vino un camarero a limpiar la mesa y nos dejó las cartas. Y pedí. Unos buenos tacos de pescado con arroz y frijoles. Una comida en condiciones. No fui la única. Todo el mundo estaba ya comiendo. Una amiga española no pidió nada porque decía que ella, a esa hora, no podía comer. En realidad era la hora del café con leche. Entonces me di cuenta de mi problema. Y me quedé puesta.

Cuando al poco de llegar a Estados Unidos fui a dejar mi currículo para un puesto de trabajo, el encargado de recibirlo me dijo, en un tono ciertamente molesto, que le había pillado de milagro porque estaba saliendo para comer. Eran las once y veinte de la mañana y el hablante era español. Me dejó puesta. Luego pensé: “Este tío es  gi…”. No lo dije, pero tampoco conseguí el trabajo.

Poco después nos invitaron a cenar unos amigos americanos con los que habíamos coincidido en nuestra época en Omán y que ya estaban de vuelta en su casa de Virginia. “¡Encantados!”, dijimos. “We’ll barbeque. Os esperamos a las cinco”, respondieron. “¡Horreur!”, pensamos. El sábado en cuestión terminamos de comer a las tres de la tarde, tomamos el café viendo el telediario, recogimos los platos y, a las 4:30, con los niños protestando en el coche diciendo que no tenían ni pizca de hambre, nos fuimos a cenar unas ricas hamburguesas caseras.

El dueño de nuestra casa, un coreano jubilado, nos comunica asuntos relacionados con la vivienda cuando se levanta, a las cinco de la mañana. El vecino enciende el motor del coche para salir hacia su trabajo a las 6:30 de la mañana. Lo sé porque a las 6:10 suena nuestro despertador para empezar el día y despertar a los niños que tienen que coger el autobús escolar a las 7:06. El año pasado comían en el primer turno de comidas del colegio, a las 11:30. Este año les toca el segundo, media hora más tarde, pero les rugen las tripas y, como aquí dejan comer en las clases, no es raro que (especialmente cuando les pongo sushi) se zampen los rollitos con la salsa de soja y el jengibre encurtido a las 10 de la mañana, mientras el profesor desarrolla sus explicaciones. (Esto da para otro post, ya lo sé, ya).

Muchos de los restaurantes abren ininterrumpidamente de 11:00 de la mañana a 10 de la noche. Más tarde suele ser muy complicado encontrar un sitio para cenar. A las 5 de la tarde los médicos ya no te dan cita, pero mi hija va siempre al dentista a su revisión de ortodoncia a las 7 de la mañana y la consulta está a tope con todo el personal funcionando a pleno rendimiento.

Las carreteras se atascan a las 4 de la tarde. Cuando a veces no consigo caminar por las mañanas, salgo por la tarde por los alrededores del vecindario y a las 5:30 voy aspirando el aroma que sale de los hornos de los vecinos o el olor de las parrillas al calentarse. A las 6 suelen cenar, así da tiempo para un paseo o una actividad de ocio antes de irse a la cama, cada uno a la hora que quiera que, en eso, no he encontrado uniformidad entre los americanos y los he conocido tempraneros como las ardillas o noctámbulos como los coyotes.

Este es mi entorno y yo tengo un lío tremendo. Si salgo con amigas, nos sentamos a comer a las 11 o a las 12 del mediodía; si estoy en casa, me dan las 3; si es fin de semana, no lo hago antes de las 4 y si andamos de excursión, no comemos y, directamente, cenamos a hora americana camuflándonos perfectamente en el ambiente. Intuyo que no es nada bueno. Seguro que se podría diagnosticar como un profundo desarreglo conductual y eso ya suena ciertamente peligroso. ¿Tendrá cura?

¡Uy, me voy a comer!. Ya conocéis mis horarios, ¿quién adivina qué hora es?

Post-post:
Miguel Angel, va por tí.

2 comentarios:

  1. A mi tratandose de comer me vale cualquier hora y cualquier tipo de comida jaaa, ahora que están de moda aquí los brunch son geniales para cuando trasnochas y te levantas tarde, asi ya desayunas comes y casi meriendas todo en uno, jee. Lo triste es que te cierren todo a esas horas de la tarde, a eso si que no me acostumbraría nunca.

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  2. Es cierto, Lucía. Y no es solo que no puedas cenar sino que todo se queda muerto muy pronto.

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